La Vida y la Terapia: Un Camino de Aceptación y Decisiones Conscientes
- Gabriel Rivera
- 18 nov 2024
- 3 Min. de lectura
La vida no es un lugar justo, y eso está bien. Este es un concepto que quizá pueda parecer difícil de aceptar, pero en mi experiencia como terapeuta, reconocerlo es el primer paso hacia una vida más auténtica y consciente. La justicia, como la entendemos, es un concepto humano, y el mundo funciona más allá de nuestras expectativas. ¿Qué significa esto en el contexto de la terapia y el crecimiento personal? Que la aceptación y la conciencia son más poderosas que la resistencia y la negación. No todo tiene que ser transformado o cambiado. A veces, lo más revolucionario es permitirnos sentir, sin juicio, lo que está sucediendo dentro de nosotros.

En mis consultas, siempre abro un espacio para que estén presentes las emociones. No busco que las personas seleccionen solo las emociones ‘buenas’ o que persigan un estado de bienestar constante. Porque la realidad es que las emociones difíciles tienen tanto valor como las que nos hacen sentir en paz. Permitirnos habitar esas emociones es vital; es a través de ellas que nos conectamos con partes de nosotros mismos que necesitan ser vistas y aceptadas. Ahí es donde comienza la verdadera transformación: no en el esfuerzo por borrar lo incómodo, sino en la valentía de sentarse con ello y escucharlo.
Y aquí entra en juego otro principio: la transformación es una opción, no una obligación. En mi filosofía de terapia, el cambio no debe nacer de una necesidad externa, de una presión por ser diferente a lo que somos. Lo que enseño a mis consultantes es que las decisiones de cambiar o no cambiar deben venir desde un entendimiento profundo y una conciencia clara de sus motivos. La aceptación de quienes somos y de nuestro propio dolor nos da la libertad de decidir con conciencia, sin presión ni expectativas irreales.
El amor, por ejemplo, es un acto de aceptación y decisión. No es una emoción que nos atrapa sin poder hacer nada al respecto; es la capacidad de ver a la otra persona tal como es, con sus luces y sombras, y elegir quedarnos porque lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa. El amor es una elección diaria y consciente, un compromiso que se basa en el deseo de compartir, crecer y respetar las diferencias. De la misma forma, no se ama para cambiar al otro, sino porque uno encuentra en esa persona un compañero de camino. Cualquier cambio que surja, lo hará desde el deseo genuino de mejorar la relación, no desde la exigencia.
Otra verdad que exploro en mis sesiones es la conexión entre las emociones y el cuerpo. El cuerpo guarda nuestras historias, los recuerdos que hemos sepultado y las emociones que no hemos querido ver. Trabajar con esas sensaciones corporales y dejarlas hablar es parte de cómo acompaño a los consultantes a reconectarse consigo mismos. A través de técnicas como la bioreprogramación y ejercicios de constelaciones familiares, guío a las personas a que se escuchen de una forma que va más allá de las palabras. Es un proceso que requiere paciencia, porque no hay soluciones mágicas ni pasos preestablecidos. Cada persona es única y necesita descubrir su propia respuesta.
Uno de los aspectos que más valoro en la terapia es la libertad de explorar y verificar. Las soluciones que planteo a mis consultantes son hipótesis, no verdades absolutas. Quiero que se involucren, que prueben y sientan si lo que trabajamos es auténtico y verdadero para ellos. Esto les permite tomar propiedad de su proceso, lo que genera cambios más duraderos y profundos. No creo en forzar ni en empujar; respeto el ritmo de cada persona, porque la resistencia es una parte importante del camino y debe ser honrada.
La vida es un equilibrio entre luz y sombra, y la terapia refleja eso. No se trata de eliminar lo que percibimos como malo, sino de entender que somos seres completos, capaces de lo mejor y lo peor. Al final, lo que buscamos no es ser perfectos, sino ser reales, completos, y tomar decisiones conscientes desde un lugar de aceptación y amor propio.
La verdadera liberación llega cuando aceptamos quiénes somos, sin intentar encajar en moldes que otros nos han impuesto. Y es entonces, y solo entonces, cuando el cambio se convierte en una posibilidad, no en una obligación. Porque la transformación no es un destino, sino un camino que se recorre con aceptación, presencia y la plena conciencia de que, pase lo que pase, somos suficientes.
Comentarios